Quería gastarse el dinero de la última obra en el olvido. Sumirse en otra realidad, montarse su propia obra de teatro, en la que él fuera el único protagonista, sin rendirle cuentas a nadie. Solo a él. Recordó que fue a un bar tres cuadras más abajo, en donde ponían alcohol de mierda, pero en el que sabía que perfectamente que podría llegar a ser su obra de teatro. Pidió cerveza. Bebió. Volvió a pedir otra. Se la terminó. Otra. Le parecía poco. Comenzó con el bourbon. Dos, tres, cuatro, cinco. “¿Hielo? ¿Pero usted me ha visto con cara de gilipollas? ¡Cállese y ponga un vaso con bourbon! ¿Pagar? ¡Claro! Aquí tiene lo de antes, esto y para 8 rondas más. ¿Le parece? Tendré pinta de imbécil y no seré ni el más guapo ni el más listo ni el más artista, pero soy honrado y tengo mi dinero. Esa zorra del teatro te decía que ya te pagaría, pero luego por un chanchullo u otro tu dinero acababa en las manos de otro y yo terminaba sin mi pastilla. ¿Esto le parece suficiente? ¡Déjeme en paz y la botella, aquí!”.