Las tetas es un tema que todo el mundo quiere tocar, pero poca gente lo hace desde la honestidad. Las revistas te dan tips para sacarles partido, tus amigos se sientan a valorarlas, los políticos buscan legislar sobre la teta, las redes sociales directamente la prohíben, la asociación contra el cáncer te advierte de sus riesgos, y los cirujanos de la ley de la gravedad.
Pero las tetas son parte de una persona. Aprendemos desde pequeñas que hay que temer a nuestras tetas, y nadie nos enseña a amarlas. Podrías pensar que este artículo es simplemente una excusa para enseñar las mías, pero te puedo asegurar que al terminar de leerlo te dará vergüenza haber pensado eso.
¿Qué se siente al tener tetas? No es una pregunta que uno se plantea a menudo. Tener tetas es raro. Una niña pasa los primeros 12 o 13 años de su vida sin tetas. Después, un buen día, le salen dos objetos en medio del pecho que redefinen su relación con el mundo. No se puede estar preparado para un cambio así.
Hay niñas que se desarrollan demasiado pronto, son las primeras de la clase. Sus tetas le parecen un cartel que anuncia al mundo su condición. Las hay que se desarrollan tarde. Sus amigas tienen tetas y ella no. Se pregunta si todo está bien, si a ella también le saldrán y cómo serán. Hay otras que se quedan esperando porque nunca les salen. Y todas, independientemente del momento en el que les ocurra, sienten angustia.
Frente al espejo la niña descubre que las tetas no tienen un propósito propio. Las tetas son para el otro. Para amamantar a un niño en un futuro. Para ser codiciadas por un hombre. Las tetas no sirven para nada si no hay un otro. Son una expresión física de su condición femenina. De ser un ser para otro ser. Un ser que se define en el otro. Toda la injusticia de la especie se concentra para ella en su pecho. El útero también es injusto, pero odiar la regla es algo que se acepta socialmente. Para odiar las tetas tienes permiso, pero únicamente en cuanto a sus particularidades “odio mis tetas porque son así” y no en cuanto a concepto.
Después está el tema de la atracción. La niña que posee tetas descubre que no le es indiferente a la mirada de los hombres. Los ojos la siguen a donde va. Antes de tener tetas, una niña tiene culo, es cierto, pero el culo siempre se está yendo, las miradas se le pegan por detrás. Las tetas siempre están viniendo, y encontrarse de frente con la mirada del otro es una experiencia nueva. La niña se siente protagonista, pero no sabe qué sentir al respecto. No sabe si quiere o no la atracción que genera. Puede sentir que no la merece, que no ha hecho nada para conseguirla. Las tetas crecieron en ella sin su intervención.
Algunas se descubren poderosas. Yo tenía una amiga en el instituto que tenía las tetas grandes y sabía explotar su poder. Como consecuencia le pusieron de sobrenombre “la Chichi” por esta canción. No hace falta mucho para ser la puta del instituto. Muchas de las niñas que tienen mala fama la tienen más por la forma de sus tetas que por su experiencia, su cuerpo las traiciona. Nadie quiere ser La Chichi.
Después del instituto las consideraciones son de otro tipo. Dependiendo del lugar en el que vives las tetas simbolizan cosas distintas. Por lo que sale en las noticias puedes pensar que en Venezuela es casi obligatorio tener las tetas operadas y enseñarlas, pero en realidad eso depende de tu círculo social. En el mío tener las tetas grandes y usar ropa ajustada es considerado de baja clase social. La gente de bien se cuida mucho de este tipo de deslices, porque a diferencia de Europa donde el orden social en la mayoría de los casos está determinado por la raza, en Latinoamérica el orden social se establece por la clase socioeconómica.
Algunas sufrimos por tenerlas grandes, otras por ser planas. A algunas mujeres no les gusta la forma de sus tetas, a otras el color. Los pelos son más comunes de lo que todo el mundo cree. Algunas tienen los pezones raros, invertidos, o demasiado grandes, o protuberantes. No hay un prototipo de teta normal, aunque todas creemos que sí. Aceptar tus propias tetas es un proceso que dura años, y cuando finalmente lo haces, se te empiezan a caer.