Al fin me soltaron!
Me levanto del malhadado pupitre. Lo hago de ltimo o de primero, segn cmo acten los dems. Suelo salir de ltimo si es una estampida su salida. Si, por el contrario, estn tranquilos (aunque, en realidad, debera decir tranquilas, pues hay una muy pequea minora de varones, y de todos modos uno nunca sabe que inclinaciones puedan tener otros), me levanto rpidamente.
Todo esto lo hago para tener el menor contacto fsico e intelectual posible con mis compaeras de clase.
Meto mis cosas en el bulto. ste cuelga de mi hombro, como el fusil de Lenin, y, bueno, directo a la casa, o a dnde se me antoje ir, si mi pequeoburguesa billetera _no siendo proletaria_ lo permite. Debo tomar esta decisin, pues he salido muy temprano y de todos modos mi mam no me ira a buscar.
Camino por el largo pasillo y bajo, por las primeras escaleras que encuentro, a otro pasillo (donde hay pasillos solitarios siempre hay ms pasillos solitarios: axioma de la beata demi-vierge adoradora de Venus Verticordia), y salgo por el lado de atrs del edificio, oculto a la vista de todos. Como ya dije, busco tener la menor socializacin con mis compaeras. Hago la pirueta que siempre hago al pasar por la cuneta que est entre un banco y un pequeo precipicio. Me pregunto, como siempre (s, confieso, soy nene de rutinas), qu pasara si diera un mal paso y me cayera por el barranquito. Veamos, no me matara ni me rompera nada. El barranco no es vertical, slo casi lo es. La pendiente est entre p/2 y p/4, sin importar el cuadrante, pues ste depende de dnde se ponga el observador. Hay unos seis metros (quiz poco ms) hasta el prximo nivel. Cayndome slo me llenara de barro y me rasguaran las hierbas, arbustos y bambes que hay hacia abajo.
Esta preocupacin es tonta, pues salto por la cuneta en fracciones de segundo, sin ver y sin pensar. De una manera automtica debido a la prctica. Creo que es lo que los etlogos llaman programa motor. Suelo confundirme y tardarme ms en la pirueta cuando me fijo en hacerla. A resultas que el intelecto _y/o el raciocinio_ (segn los ociosos quieran o no quieran hacer distincin conceptual entre estas palabrejas) no es (son) ms que un (par de) estorbo(s) (y esto es lo nico seguro). Ms all de estorbo: tormento.
Termino de recorrer la grama y bajo las escaleras. Camino por la acera, oyendo como en los das secos y soleados las lagartijas huyen a mi presencia. Por ms que lo trato en mi caminar, nunca logro ver ni una sola maldita lagartija.
Cruzo el camino, mirando por costumbre para ambos lados antes (lo cual es intil, pues es flecha, y, adems, la mirada es tan fugaz que slo el odo me alerta sobre los carros). Me paro, tratando de que sea lo ms rpido posible, en la acera.
Saco la cartera y veo cunto tengo. Unos cuantos billetes de a cinco, diez y veinte, y un billete de a cien. Nada. La decisin se toma sola. Nada de farra libresca. Directo para la casa.
Me apresuro hasta llegar al final de la cola, pues hoy hay cola, no muy larga me ir en el segundo carrito y aunque no lo deseaba antes, miro hacia las escaleras que vienen de la plaza central, esperando ver a algunas compaeras de clase que me pidan que les d la cola, pues ya detrs mo hay una buena cantidad de gente. Pienso esto por pura vanidad, ya saben: que vengan a pedirte el favor de aceptarles junto a uno, que imploren, etc.; pero en realidad prefiero que se mantengan alejadas. De todos modos, no baja por las escaleras ninguna compaera de clase.
Para deshacerme de la mayor cantidad de sencillo posible, saco cuatro billetes de a cinco para pagar. Tengo cinco billetes de a cinco. El quinto me resulta perfecto para pagar el segundo por puesto que tomar, pues necesito tomar dos carritos. Uno que me lleva, desde el quinto infierno en donde me encuentro, hasta la ciudad. De esta parte de la ciudad tomo otro por puesto hasta unas cuadras ms abajo de mi casa.
Se acerca mi turno de subir al carrito. Alargo mi brazo derecho para impedir que vivos y rezagados se me coleen. Fui uno de los primero en subir al por puesto, as que puedo escoger un asiento donde pueda sentarme cmodo, pues pareciera que tales carritos no hubieran sido hechos para personas de ms de un metro setenta de altura, y mis rodillas suelen sufrir apretadas contra el asiento delantero al mo.
Uno. Uno bueno. Me caben bien las piernas. Ahora slo espero que se siente una muchacha bonita a mi lado.
El por puesto se llena. Gente. Ms gente. Nadie se sienta a mi lado. Le duele un poco a mi vanidad, pero mi clula antisocial sonre.
Se aproxima una muchacha bonita. No! No! No lo deseaba en serio! Slo mis hormonas pidieron una muchacha. Yo no. Creo que me da hasta pena. No me sonrojo, pero se me calientan las orejas. S. Tengo pena.
Nervioso, me apretujo contra la ventana evitando el contacto con la jeva. Abrazo mi bulto como una adormilada Gidget a su osito Teddy.
Se monta una poca gente ms en el carrito. Tienen que quedarse de pie, y se aferran a los tubos. Arranca el por puesto, y nos largamos.
Agarro los cuatro billetes de a cinco por sus extremos derecho e izquierdo, con ambas manos, Miranda mirndome. Los aliso una y otra vez. Intento alejarme de la muchacha, aunque el rabillo de mi ojo derecho trata de observarla.
La jovencita lleva un bonito vestido.
Por fin, despus de un rato (algo as como diez segundos o setenta semanas de aos, nunca se sabe con Bergson) olvido a la muchacha y miro atento el paisaje. Es el mismo paisaje que veo cada vez que me voy en carrito, las mil veces que me he ido en ese por puesto, pero no me molesta, pues no me fijo en realidad en el paisaje.
Nos acercamos a los barrios. Vuelve a mi cabeza la nocin de que tengo la muchacha al lado. Hay trfico, como siempre, en la psima avenida entre los barrios. Se detiene el trfico por un minuto. La muchacha se muestra algo molesta y su codo toca al mo y a mis costillas. Me pongo ms nervioso y me pego ms a la ventana.
Nos acercamos al final del viajecito. Aliso de nuevo mis billetes.
Se para el carrito, y en estampida, pagan y se bajan los pasajeros. La muchacha, como yo, prefiere esperar.
Listo! A bajarse!
Se levanta la muchacha y de repente observo que, debido a la manera en la que se haba sentado, su falda se ha levantado un poco por detrs y se ven sus fondos. Casi se lo hago notar, pero me acobardo. Volteo para no herir a la decencia (hombre, si a tres metros de ti hay otras muchachas con muchsima menos ropa, no seas bolsa), y vuelvo otra vez mi cabeza para levantarme y pagar. La muchacha ya se haba alisado la falda, tal y como yo alisaba mis billetes.
Pago y salto del por puesto, bajo hasta la avenida que atraviesa el este de la ciudad, y sacando mi carnet estudiantil del bolsillo subo a un carrito que me llevar a mi casa.
En la acera est el negro-con-una-bonita-gorra-de-lana-caqui-con-visera-de-cuero-de-color-oscuro que anuncia los destinos del por puesto. Hay tambin all siempre un viejito que dice quedamente algunos de los destinos del carrito, pareciera que de manera oportunista, para que el chofer le d unos cinco, diez o veinte bolvares de propina. Pero el vejete est muy viejo, pues perdera la voz cuando era litigante en los tiempos de Francisco Fajardo y Aldonza Manrique, y bueno, se le dan los billetes aunque casi no haga nada.
No hay muchos puestos en el por puesto. Me voy hasta el fondo, donde se sienta uno muy cmodo, pero que a mis precipitadas salidas siempre resulta una posicin engorrosa.
No monta ms gente en el carrito y ste arranca. No teniendo gente a mi alrededor, estiro la pierna, meto la mano en el bolsillo, extraigo mi cartera, de la que saco el ltimo (por fin, adis, Francisco!) billete de a cinco, y guardo otra vez la billetera.
En mi mano, coloco el billete sobre mi palma, y sobre el billete, mi carnet estudiantil, para pagar cinco en lugar de veinte y para que el chofer justifique el subsidio que le da el Estado.
Nos alejamos del pobre y superpoblado extremo este de la ciudad y nos acercamos a los distritos comerciales. En cada parada sube un nuevo pasajero y de vez en cuando se baja alguno. Se suben algunos licestas, con sus camisas azules, los espantosos peinados de sus hembras, su gritero, sus extraas narices y su peculiar tono amenazador de voz. Parecen babuinos de los tiempos de Charlton Heston y Nova, monos de nariz estriada con rayas ndicas, caminando erectos, sin apariencia barrilesca del trax mas con hernia umbilical, ladrando algo parecido a lengua indoeuropea matizada en algn dialecto hesprico vespertino con prstamos semitas y uniformizacin voclica por contacto con un pueblo de origen incierto y de mala dentadura dialecto luego importado a tierras donde nada es en realidad autctono, segn el parecer de algunos.
Veo a uno de los carricitos cortejando a una de las carricitas. Se agarra de manera graciosa a la baranda, para provocar que los msculos de su brazo tengan pinta. Las aletas de su nariz se hacen hlices de avin, su ladrido se hace completamente nasal. Con una cultura tan simiesca, el cortejo consiste en demostrar que l es el ms muy, la nica opcin viable en cuanto a los machos en la poblacin. Le seala sus proezas, hincha su pecho, despliega su cola, miren el largo de sus colmillos, es el cacique, el de ms canas en la rabadilla. Oigo que en un momento culminante le dice:
_ Yo soy autosuficientemente.
Es tan difcil aceptar esa tragedia como chiste. Pero sea. Me mor de la risa, escondido bajo mi morral. Ay, qu horror, estos primitivos. Degeneramos. Cf. lo que Adn le dijo a Eva al tomarla como esposa en Gn. cap. 2, ver. 23.
El chofer muestra cierto aire de amargura por tener que cobrar menos a estos nios y me siento culpable entonces por ser estudiante y tener que amargar tambin al nada simptico chofer.
Noto que siempre las viejas, muy viejas, pagan completo su pasaje, cuando creo que el gobierno subsidia a los choferes tambin los pasajeros mayores de sesenta y cinco. Qu diablos!, pienso. Son sus reales! Sin embargo, ese derroche se vera bien en mi biblioteca.
Ya dentro de los distritos comerciales, dentro de la zona que ya mis zapatos suelen pisar, sucede algo peculiar, pero que por alguna razn siempre pasa. Dara el alma de mi vecino para saber por qu. En fin, siempre en esa misma zona, tengo una ereccin.
Si es un trauma infantil, un hecho sobrenatural, o una reaccin fsica ocasionada por el bamboleo del por puesto, no lo s. Pero estoy seguro de que ah siempre tengo una ereccin.
No siento ningn deseo sexual y me extraa, lo olvido, y regresa mi amiguito a su estado normal. Luego, como pas por mi mente la palabra sexo, noto a la gente que se aferra a los tubos del carrito, pienso en sus sublimaciones flicas y tengo otra maldita ereccin.
Para justificar las erecciones a mi conciencia, trato de otear la mayor cantidad de megajevas posible. Nunca hay nada verdaderamente merecedor de la ereccin, as que tengo que justificarme con el morbo de la misma bsqueda.
Ya, unas cuadras despus, se me olvida por completo el asunto y voy pendiente de bajarme lo ms cmodamente del por puesto.
Llegamos a mi zona, me levanto presuroso, y digo imperceptiblemente al chofer: Por donde pueda, jefe. De nio oa a mi pap y a otros adultos llamar jefe a cualquiera que estuviera prestando un servicio y siempre quise decirle "jefe" a alguien, aunque esto no significara que quera ser adulto. Bicho raro de esos. Los judos tienen complejo de auto-odio y los venezolanos de sumisin protocolar. Cualquiera quiere ser del FBI teniendo como enemigo al Chacal.
[_ Sal con las manos en alto, Carlos!
_ Ora, ya voy. No me apure, jefe quera algo su merced?
Claro, el tipo prefiri irse de por aqu y ya no se somete. No crean que progres: como se acerc a la tercera gente del Libro, ahora se limpia el trasero con una jarra de agua, y por ello se irrita encerrado entre franchutes que nada saben del uso del vital lquido. Tanto quieren a su Pasteur que son incapaces de separarse de los productos de las levaduras, como si viviramos en los terribles y sedientos tiempos de Baco vino, vinagre y aceite lo dems es lujo y est dems, que lo nuestro es la austeridad de Pascal. Y yo me pregunto si deberamos considerarlos un Phylum aparte debido a su tan peculiar fisiologa].
Le ofrezco al chofer el billete con el carnet por encima. El chofer no mira el billete, pero lo agarra. Ve que el colorado Paco Chabas de Miranda lo mira, ya nota que es de a cinco y no de veinte y se fija en mi carnet. Me pregunta: Te quedas en la entrada?, se me ocurre entender "en la parada" y digo s, aunque ir de la parada hasta la esquina para subir a mi casa es trecho ms largo que desde la misma esquina donde hubiera deseado bajarme. Veo que el chofer acelera y pasa velozmente por la parada y casi grito: A dnde me lleva?, pero no lo hago.
El chofer se para en frente de un corredor entre los parques y pienso: Qu lugar es ste?. Me bajo de un salto del carrito que arranca y se aleja, y vuelvo a pensar: Yo no conozco esto. Entonces miro hacia arriba y veo los negocios de la esquina de la cuadra al sur de la de mi casa. Caigo en que el chofer haba dicho Te quedas en la entrada? y me maravillo de nunca haber visto ese lugar antes y que era mucho ms conveniente y cmodo que la esquina al este del Parque.
Subo las cortas escaleras. Me paro en la acera. Espero que pasen los blidos de los remedos de Meteoro. Cruzo la calle hacia el norte. Paso sobre la isla. Espero a que pasen ms carros. Cruzo la calle, al norte. Camino por la cuadra, hacia el este. Doblo hacia el norte en la esquina. Subo la cuadra. Me encuentro con unos viejos compaeros de colegio. Intercambiamos unos malos chistecillos a modo de saludo. Sigo subiendo por la cuadra. Doblo en la esquina hacia el oeste. Cuidado y dejo el pie atrapado en las alcantarillas. Cruzo la calle hacia el norte. Maldita sea la subidita de esta cuadra hacia el oeste. Doblo en la esquina al norte. Cruzo en la calle, al oeste. Camino en la acera llena de huecos, al norte. Maldita sea, casi me caigo. Meto la mano en el bolsillo. Saco la llave. Me meto en el estacionamiento, hacia el oeste. Abro la reja. Cierro la reja. Abro la puerta. Cierro la puerta. Y estoy en casa.
Maana, seguramente, har lo mismo.
Me levanto del malhadado pupitre. Lo hago de ltimo o de primero, segn cmo acten los dems. Suelo salir de ltimo si es una estampida su salida. Si, por el contrario, estn tranquilos (aunque, en realidad, debera decir tranquilas, pues hay una muy pequea minora de varones, y de todos modos uno nunca sabe que inclinaciones puedan tener otros), me levanto rpidamente.
Todo esto lo hago para tener el menor contacto fsico e intelectual posible con mis compaeras de clase.
Meto mis cosas en el bulto. ste cuelga de mi hombro, como el fusil de Lenin, y, bueno, directo a la casa, o a dnde se me antoje ir, si mi pequeoburguesa billetera _no siendo proletaria_ lo permite. Debo tomar esta decisin, pues he salido muy temprano y de todos modos mi mam no me ira a buscar.
Camino por el largo pasillo y bajo, por las primeras escaleras que encuentro, a otro pasillo (donde hay pasillos solitarios siempre hay ms pasillos solitarios: axioma de la beata demi-vierge adoradora de Venus Verticordia), y salgo por el lado de atrs del edificio, oculto a la vista de todos. Como ya dije, busco tener la menor socializacin con mis compaeras. Hago la pirueta que siempre hago al pasar por la cuneta que est entre un banco y un pequeo precipicio. Me pregunto, como siempre (s, confieso, soy nene de rutinas), qu pasara si diera un mal paso y me cayera por el barranquito. Veamos, no me matara ni me rompera nada. El barranco no es vertical, slo casi lo es. La pendiente est entre p/2 y p/4, sin importar el cuadrante, pues ste depende de dnde se ponga el observador. Hay unos seis metros (quiz poco ms) hasta el prximo nivel. Cayndome slo me llenara de barro y me rasguaran las hierbas, arbustos y bambes que hay hacia abajo.
Esta preocupacin es tonta, pues salto por la cuneta en fracciones de segundo, sin ver y sin pensar. De una manera automtica debido a la prctica. Creo que es lo que los etlogos llaman programa motor. Suelo confundirme y tardarme ms en la pirueta cuando me fijo en hacerla. A resultas que el intelecto _y/o el raciocinio_ (segn los ociosos quieran o no quieran hacer distincin conceptual entre estas palabrejas) no es (son) ms que un (par de) estorbo(s) (y esto es lo nico seguro). Ms all de estorbo: tormento.
Termino de recorrer la grama y bajo las escaleras. Camino por la acera, oyendo como en los das secos y soleados las lagartijas huyen a mi presencia. Por ms que lo trato en mi caminar, nunca logro ver ni una sola maldita lagartija.
Cruzo el camino, mirando por costumbre para ambos lados antes (lo cual es intil, pues es flecha, y, adems, la mirada es tan fugaz que slo el odo me alerta sobre los carros). Me paro, tratando de que sea lo ms rpido posible, en la acera.
Saco la cartera y veo cunto tengo. Unos cuantos billetes de a cinco, diez y veinte, y un billete de a cien. Nada. La decisin se toma sola. Nada de farra libresca. Directo para la casa.
Me apresuro hasta llegar al final de la cola, pues hoy hay cola, no muy larga me ir en el segundo carrito y aunque no lo deseaba antes, miro hacia las escaleras que vienen de la plaza central, esperando ver a algunas compaeras de clase que me pidan que les d la cola, pues ya detrs mo hay una buena cantidad de gente. Pienso esto por pura vanidad, ya saben: que vengan a pedirte el favor de aceptarles junto a uno, que imploren, etc.; pero en realidad prefiero que se mantengan alejadas. De todos modos, no baja por las escaleras ninguna compaera de clase.
Para deshacerme de la mayor cantidad de sencillo posible, saco cuatro billetes de a cinco para pagar. Tengo cinco billetes de a cinco. El quinto me resulta perfecto para pagar el segundo por puesto que tomar, pues necesito tomar dos carritos. Uno que me lleva, desde el quinto infierno en donde me encuentro, hasta la ciudad. De esta parte de la ciudad tomo otro por puesto hasta unas cuadras ms abajo de mi casa.
Se acerca mi turno de subir al carrito. Alargo mi brazo derecho para impedir que vivos y rezagados se me coleen. Fui uno de los primero en subir al por puesto, as que puedo escoger un asiento donde pueda sentarme cmodo, pues pareciera que tales carritos no hubieran sido hechos para personas de ms de un metro setenta de altura, y mis rodillas suelen sufrir apretadas contra el asiento delantero al mo.
Uno. Uno bueno. Me caben bien las piernas. Ahora slo espero que se siente una muchacha bonita a mi lado.
El por puesto se llena. Gente. Ms gente. Nadie se sienta a mi lado. Le duele un poco a mi vanidad, pero mi clula antisocial sonre.
Se aproxima una muchacha bonita. No! No! No lo deseaba en serio! Slo mis hormonas pidieron una muchacha. Yo no. Creo que me da hasta pena. No me sonrojo, pero se me calientan las orejas. S. Tengo pena.
Nervioso, me apretujo contra la ventana evitando el contacto con la jeva. Abrazo mi bulto como una adormilada Gidget a su osito Teddy.
Se monta una poca gente ms en el carrito. Tienen que quedarse de pie, y se aferran a los tubos. Arranca el por puesto, y nos largamos.
Agarro los cuatro billetes de a cinco por sus extremos derecho e izquierdo, con ambas manos, Miranda mirndome. Los aliso una y otra vez. Intento alejarme de la muchacha, aunque el rabillo de mi ojo derecho trata de observarla.
La jovencita lleva un bonito vestido.
Por fin, despus de un rato (algo as como diez segundos o setenta semanas de aos, nunca se sabe con Bergson) olvido a la muchacha y miro atento el paisaje. Es el mismo paisaje que veo cada vez que me voy en carrito, las mil veces que me he ido en ese por puesto, pero no me molesta, pues no me fijo en realidad en el paisaje.
Nos acercamos a los barrios. Vuelve a mi cabeza la nocin de que tengo la muchacha al lado. Hay trfico, como siempre, en la psima avenida entre los barrios. Se detiene el trfico por un minuto. La muchacha se muestra algo molesta y su codo toca al mo y a mis costillas. Me pongo ms nervioso y me pego ms a la ventana.
Nos acercamos al final del viajecito. Aliso de nuevo mis billetes.
Se para el carrito, y en estampida, pagan y se bajan los pasajeros. La muchacha, como yo, prefiere esperar.
Listo! A bajarse!
Se levanta la muchacha y de repente observo que, debido a la manera en la que se haba sentado, su falda se ha levantado un poco por detrs y se ven sus fondos. Casi se lo hago notar, pero me acobardo. Volteo para no herir a la decencia (hombre, si a tres metros de ti hay otras muchachas con muchsima menos ropa, no seas bolsa), y vuelvo otra vez mi cabeza para levantarme y pagar. La muchacha ya se haba alisado la falda, tal y como yo alisaba mis billetes.
Pago y salto del por puesto, bajo hasta la avenida que atraviesa el este de la ciudad, y sacando mi carnet estudiantil del bolsillo subo a un carrito que me llevar a mi casa.
En la acera est el negro-con-una-bonita-gorra-de-lana-caqui-con-visera-de-cuero-de-color-oscuro que anuncia los destinos del por puesto. Hay tambin all siempre un viejito que dice quedamente algunos de los destinos del carrito, pareciera que de manera oportunista, para que el chofer le d unos cinco, diez o veinte bolvares de propina. Pero el vejete est muy viejo, pues perdera la voz cuando era litigante en los tiempos de Francisco Fajardo y Aldonza Manrique, y bueno, se le dan los billetes aunque casi no haga nada.
No hay muchos puestos en el por puesto. Me voy hasta el fondo, donde se sienta uno muy cmodo, pero que a mis precipitadas salidas siempre resulta una posicin engorrosa.
No monta ms gente en el carrito y ste arranca. No teniendo gente a mi alrededor, estiro la pierna, meto la mano en el bolsillo, extraigo mi cartera, de la que saco el ltimo (por fin, adis, Francisco!) billete de a cinco, y guardo otra vez la billetera.
En mi mano, coloco el billete sobre mi palma, y sobre el billete, mi carnet estudiantil, para pagar cinco en lugar de veinte y para que el chofer justifique el subsidio que le da el Estado.
Nos alejamos del pobre y superpoblado extremo este de la ciudad y nos acercamos a los distritos comerciales. En cada parada sube un nuevo pasajero y de vez en cuando se baja alguno. Se suben algunos licestas, con sus camisas azules, los espantosos peinados de sus hembras, su gritero, sus extraas narices y su peculiar tono amenazador de voz. Parecen babuinos de los tiempos de Charlton Heston y Nova, monos de nariz estriada con rayas ndicas, caminando erectos, sin apariencia barrilesca del trax mas con hernia umbilical, ladrando algo parecido a lengua indoeuropea matizada en algn dialecto hesprico vespertino con prstamos semitas y uniformizacin voclica por contacto con un pueblo de origen incierto y de mala dentadura dialecto luego importado a tierras donde nada es en realidad autctono, segn el parecer de algunos.
Veo a uno de los carricitos cortejando a una de las carricitas. Se agarra de manera graciosa a la baranda, para provocar que los msculos de su brazo tengan pinta. Las aletas de su nariz se hacen hlices de avin, su ladrido se hace completamente nasal. Con una cultura tan simiesca, el cortejo consiste en demostrar que l es el ms muy, la nica opcin viable en cuanto a los machos en la poblacin. Le seala sus proezas, hincha su pecho, despliega su cola, miren el largo de sus colmillos, es el cacique, el de ms canas en la rabadilla. Oigo que en un momento culminante le dice:
_ Yo soy autosuficientemente.
Es tan difcil aceptar esa tragedia como chiste. Pero sea. Me mor de la risa, escondido bajo mi morral. Ay, qu horror, estos primitivos. Degeneramos. Cf. lo que Adn le dijo a Eva al tomarla como esposa en Gn. cap. 2, ver. 23.
El chofer muestra cierto aire de amargura por tener que cobrar menos a estos nios y me siento culpable entonces por ser estudiante y tener que amargar tambin al nada simptico chofer.
Noto que siempre las viejas, muy viejas, pagan completo su pasaje, cuando creo que el gobierno subsidia a los choferes tambin los pasajeros mayores de sesenta y cinco. Qu diablos!, pienso. Son sus reales! Sin embargo, ese derroche se vera bien en mi biblioteca.
Ya dentro de los distritos comerciales, dentro de la zona que ya mis zapatos suelen pisar, sucede algo peculiar, pero que por alguna razn siempre pasa. Dara el alma de mi vecino para saber por qu. En fin, siempre en esa misma zona, tengo una ereccin.
Si es un trauma infantil, un hecho sobrenatural, o una reaccin fsica ocasionada por el bamboleo del por puesto, no lo s. Pero estoy seguro de que ah siempre tengo una ereccin.
No siento ningn deseo sexual y me extraa, lo olvido, y regresa mi amiguito a su estado normal. Luego, como pas por mi mente la palabra sexo, noto a la gente que se aferra a los tubos del carrito, pienso en sus sublimaciones flicas y tengo otra maldita ereccin.
Para justificar las erecciones a mi conciencia, trato de otear la mayor cantidad de megajevas posible. Nunca hay nada verdaderamente merecedor de la ereccin, as que tengo que justificarme con el morbo de la misma bsqueda.
Ya, unas cuadras despus, se me olvida por completo el asunto y voy pendiente de bajarme lo ms cmodamente del por puesto.
Llegamos a mi zona, me levanto presuroso, y digo imperceptiblemente al chofer: Por donde pueda, jefe. De nio oa a mi pap y a otros adultos llamar jefe a cualquiera que estuviera prestando un servicio y siempre quise decirle "jefe" a alguien, aunque esto no significara que quera ser adulto. Bicho raro de esos. Los judos tienen complejo de auto-odio y los venezolanos de sumisin protocolar. Cualquiera quiere ser del FBI teniendo como enemigo al Chacal.
[_ Sal con las manos en alto, Carlos!
_ Ora, ya voy. No me apure, jefe quera algo su merced?
Claro, el tipo prefiri irse de por aqu y ya no se somete. No crean que progres: como se acerc a la tercera gente del Libro, ahora se limpia el trasero con una jarra de agua, y por ello se irrita encerrado entre franchutes que nada saben del uso del vital lquido. Tanto quieren a su Pasteur que son incapaces de separarse de los productos de las levaduras, como si viviramos en los terribles y sedientos tiempos de Baco vino, vinagre y aceite lo dems es lujo y est dems, que lo nuestro es la austeridad de Pascal. Y yo me pregunto si deberamos considerarlos un Phylum aparte debido a su tan peculiar fisiologa].
Le ofrezco al chofer el billete con el carnet por encima. El chofer no mira el billete, pero lo agarra. Ve que el colorado Paco Chabas de Miranda lo mira, ya nota que es de a cinco y no de veinte y se fija en mi carnet. Me pregunta: Te quedas en la entrada?, se me ocurre entender "en la parada" y digo s, aunque ir de la parada hasta la esquina para subir a mi casa es trecho ms largo que desde la misma esquina donde hubiera deseado bajarme. Veo que el chofer acelera y pasa velozmente por la parada y casi grito: A dnde me lleva?, pero no lo hago.
El chofer se para en frente de un corredor entre los parques y pienso: Qu lugar es ste?. Me bajo de un salto del carrito que arranca y se aleja, y vuelvo a pensar: Yo no conozco esto. Entonces miro hacia arriba y veo los negocios de la esquina de la cuadra al sur de la de mi casa. Caigo en que el chofer haba dicho Te quedas en la entrada? y me maravillo de nunca haber visto ese lugar antes y que era mucho ms conveniente y cmodo que la esquina al este del Parque.
Subo las cortas escaleras. Me paro en la acera. Espero que pasen los blidos de los remedos de Meteoro. Cruzo la calle hacia el norte. Paso sobre la isla. Espero a que pasen ms carros. Cruzo la calle, al norte. Camino por la cuadra, hacia el este. Doblo hacia el norte en la esquina. Subo la cuadra. Me encuentro con unos viejos compaeros de colegio. Intercambiamos unos malos chistecillos a modo de saludo. Sigo subiendo por la cuadra. Doblo en la esquina hacia el oeste. Cuidado y dejo el pie atrapado en las alcantarillas. Cruzo la calle hacia el norte. Maldita sea la subidita de esta cuadra hacia el oeste. Doblo en la esquina al norte. Cruzo en la calle, al oeste. Camino en la acera llena de huecos, al norte. Maldita sea, casi me caigo. Meto la mano en el bolsillo. Saco la llave. Me meto en el estacionamiento, hacia el oeste. Abro la reja. Cierro la reja. Abro la puerta. Cierro la puerta. Y estoy en casa.
Maana, seguramente, har lo mismo.
Feliz ao amigo imaginario, espero estes bien.
un beso y abrazo grande